En una semana Dios
dio forma al mundo. Creo la tierra y le forro de una especie de alfombra
vegetal verde texturada, a la que llamo “pasto”. Como todavía no existía ningún
tipo de jardinero, el verde césped comenzó a crecer incontrolablemente. Ante la
inminente colonización del mundo de un imperio yuyal y en una astucia
programática El Divino dio forma a unos animales capaces de alimentarse de tal
verdura. La inteligencia deviene en que tales entes comerían aquel vegetal manteniéndolo corto, prolijo y raya. A
su vez, sus evacuaciones servirían de abono para el mismo. Así Dios se ahorraba
la costosa manutención semanal de la Tierra, que según dicen le estaba saliendo
fortunas. Apostó por dotarles de cuatro estómagos -en vez de uno-, no fuera
cosa que se indigesten con tal verdura. Como les vio cara de nada, les
puso “vacas”, que en un dialecto mandarín antiguo significa algo así como modorra.
El mundo entró en un breve periodo de quietud.
Los únicos sobresaltos eran causados por el gas metano, que echaban los
consternados animales por su parte trasera. Con el paso del tiempo y una la
serie de falsas epidemias de gastroenteritis pimentadas por los medios masivos
de comunicación, un grupo reducido de vacas comenzó a popularizar entre las
demás una especie de quejido "mu" de protesta en total rechazo
a los yuyos que les habían encargado comer. Naturalmente la resistencia vacuna
fue cobrando popularidad entre la masa de rumiantes, hasta que se declaro la
huelga general que hoy conocemos como el “pastazo”. Bajo la consigna “–no al
pasto, si a la leche!-” estalló la revolución.
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dibujo de mi novia poli, manutarsila |
Para atender tal
desacato se vio obligado Dios a tomarse una nube, decender del Olimpo al medio
mundo, e impropiar una de retos y truenos, maldiciones y manchas a aquellas
vacas rebeldes. Entró al potrero donde se encontraban y en el instante mismo
que abrió la tranquera, la resistencia vacuna enmudeció.
Según dicen, aquel Dios enfurecido castigó a las
vacas por aquel quejido –mu- de tal manera que desde ahí y para siempre,
este sería su única expresión.
Por eso cuando alguien entra al potrero donde un
hato de estos rumiantes pasta, lo miran a uno. Con esa cara de retardo,
impávida y vacía. Llena de pestañeos y esporádicos mastiques.
El mundo entonces, había quedado colmado de
seres estúpidos. Sabiamente lo advirtió Dios. Entendió que precisaba algún ente
capaz de comprender todo aquello que tanto trabajo le había llevado hacer y fue
más allá.
Cansado de semejantes pruebas sin sentido y en
claro ímpetu reivindicatorio, con su nuevo diseño intentó acercarse a la perfección
y mirándose al espejo creo algo a su imagen. Como esto también le salió mal,
hizo al hombre.
Tanto ajetreo, finalmente lo dejó rendido y con tal cansancio encima, supo que
ya no podría hacer algo mejor. Acabo por refugiarse en una garita, sentado y
esperando la nube azul que lo llevara otra vez y devuelta al Olimpo.
Fin.