jueves, 20 de noviembre de 2008

espacios sin nombre

Aunque con la globalización había menos murallas y muchos más chinos, lo primero nunca fue cierto. Cada vez más, en la epidermis ocurrían menos sucesos. Todo parecía suceder puertas adentro.
Corrían tiempos más virtuales que corpóreos, las nuevas maquinas ponían en peligro la plusvalía del sistema, que se desmoronaba en búsqueda de nuevos actores. Ya no, la dicotomía entre obreros y capitalistas. Ya si, entre consumidores y nones.
Fue en la época de lo simultáneo; cuando se laureaban cánticos en honor a la flexibilidad de los emplazamientos, que nació el espacio sin nombre.
De manteles, a individuales, a consumir capsulas minúsculas que todo lo contienen, solo un soplo. Así de rápido, el ser humano se transformó, lamentándose en el proceso no poder abandonar lo pesado de su carga humana. Fue entonces cuando buscando la libertad del alma, un arquitecto comprendió lo que era un no lugar.
Sobrevino el cataclismo a la urbe, sin ciudadanos ya no hubo ciudad. De todas maneras, los arquitectos no fueron erradicados sencillamente. Se encargaron de ofrecer la debida resistencia. Desde su último bastión en lo más alto de la torre supieron soportar los embates del medio, se defendieron y defendieron lo que para ellos aun era importante, el espacio.
Finalmente los últimos rebeldes fueron liquidados y con ellos las nociones de arriba, abajo, más los costados. Los nuevos seres etéreos vencieron al fin, solo entonces la humanidad pudo existir, en la ausencia total de espacio.
Esta fue la última de las cruzadas paganas. El turno ahora es de los habitantes del tiempo. Las añoranzas a los nostálgicos del espacio.


“Tu ausencia me rodea, como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde.” J.L.Borges.

joaquin antonio lazcano



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