viernes, 14 de enero de 2011

el sol nuestro único dios
















Si me pregunta quien estuvo antes. No fue ni la galería, ni el árbol, ni siquiera el hombre. Antes que intangible -tampoco fue la sombra- prefiero inabarcable, irresistible, todopoderoso. Antes que nada ni nadie, fue el sol. Después la variedad de peces gato que evolucionó en los modernos lagartos de cuatro patas y sangre fría. Al parecer estos bichos cuando vacacionan necesitan que les pegue la luz, pa` entibiar -aunque sea un poco- su excéntrica sangre.


Una vuelta fui a Cariló y me perdí… No entre la gente, ni en la arena, tampoco en el mar. Me perdí en la sombra de esos árboles altísimos, de corteza rasgada, que se plantan para fijar los medanos.

De arrebato nomás todo mi ser aconteció pinto. Inútilmente alcé los brazos porque ya no pude distinguir nada. Mi finitud se volvió eterna, mi piel una anécdota en el paisaje y mi huella un rugido de león. Ya desintegrado en la sombra, desesperé. Cavilando caí al piso y fui piso. Que letargo, fue espantoso.

Me sobaron el lomo como a un negro. Primero paso un vago escarbando con la doble tracción de su chata. Después, me acomodo con las chancletas - aunque un toque más delicado- una gorda de juanetes. Para liquidar me desfiló una tropa de matungos rentados que tristemente no tuvieron mejor idea. Casi no la cuento.

Algún primitivo instinto me hizo convalecer. Logré arrastrarme hasta un tronco y por fin fui corteza. Allí me quede acovachado, colgado de una rama alta temblando de miedo, esperando que llegara la noche.



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